La salamanquesa
En mi casa del pueblo tenemos una invitada, se llama Noctámbula;
es una salamanquesa que tiene unos ojos enormes y una agilidad tremenda. Sus
patitas acaban en unas almohadillas que parecen tener imán, ya que recorre el
techo por aquí y las paredes por allá. Esta mascota
es tan fácil de cuidar que no necesita atenciones. La salamanquesa es muy hábil
en la caza de mosquitos, moscas, larvas y gusanos.
Una tormenta inoportuna
Nunca vi tormenta más inoportuna que aquella. Cuando me disponía a
salir, empezó a llover. Al principio, débilmente, después sopló una ligera
brisa, hasta que súbitamente los relámpagos empezaron a dibujarse entre las
nubes y el viento se convirtió en ventarrón. Luchar con el paraguas resultó
inútil y una ráfaga de aire lo volvió del revés, pero no fue lo único que
ocurrió: en ese mismo instante, un camión que pasó a toda velocidad me empapó con
el agua de un charco de la cabeza a los pies.
–Todo me pasa a mí –pensé–, si me hubiera quedado en casa…
Así que me fui de allí, chorreando y con un humor de perros.
La intervención del juez
Ante un juez se presentaron dos hermanos que no estaban de acuerdo
con el reparto de las tierras que les habían correspondido en herencia. Aunque le costó
mucho, al final el juez consiguió convencer a los dos jóvenes de que lo mejor
era que trabajaran juntos las tierras. Desde ese día, se acabaron las disputas
entre ellos. Y es que está claro que con un poco de buena voluntad se arreglan
muchos problemas.
El viento y la bolsa
La bolsa de plástico reciclado estaba en el suelo. Después de
comer tranquilamente, unos despistados excursionistas la habían abandonado
allí. El viento, enfadado y furioso, decidió soplar y llevársela a otro lugar.
Sopló y sopló hasta que la bolsa se elevó del suelo y empezó a bailar y a
elevarse por los aires. Al final, después de recorrer el tortuoso y estrecho
callejón, el viento la depositó en una lejana papelera.